La ciudad de Kutaisi prácticamente está vista y hoy llueve así es que como tengo un día más esperando a ver si me llega la medicación, voy a aprovechar para seguir diseñando la ruta e ir gestionando el tema de los visados que necesitaré en China, Pakistán, India, Nepal y Tíbet adonde espero llegar en un par de meses.
Llevo toda la mañana en eso y parece que le voy viendo la luz así es que para cambiar un poco el chip voy a contaros algunas anécdotas del tiempo pasado.
Llevo en lo que va de viaje tres paquetes enviados a España con cosas que aquí ya no necesitaba de los cuales han llegado uno y medio. El primero con unos zapatos que abultaban mucho y no sé si algo más llegó sin problemas. El segundo con una mochila (me compré una maleta de ruedas), un cuaderno de dibujo demasiado grande y un regalo que me hizo el amigo Milan de Trieste, la chica de correos de Zadar me indicó al revés donde poner destinatario y remitente. Al ver el error, hizo unos tachones cambiando ambos conceptos. Total, que nunca más se supo. Y el tercero fueron unas monedas y billetes con muy poco valor que le envié desde Bulgaria a mi hermano que colecciona y que me habían sobrado de Turquía (liras turcas). Bueno pues llegaron los billetes pero no las monedas. Jamás entenderé como ha podido ser.
Anteayer desde Kutaisi quise hacer un envío a Albacete con un par de libros pequeños que ya no necesito, los mapas de Europa y Turquía, idem, una libreta de notas turística que me pidió una compañera de la Caja y un derviche imán para el frigorífico. Me pedían por facturarlos 125€ así es que seguirán viajando conmigo. Ea!.
Lo de enviar los medicamentos está siendo una odisea. Las empresas privadas (DHL y similares) no hacen envíos de medicamentos. A través de correos ha costado 125€, pero no garantizan la entrega. Si pasa por un escáner y a algún funcionario de Georgia no le gusta, pueden terminar en una papelera. En vilo estoy ya dos días a la espera porque tampoco garantizan ningún plazo de entrega. La opción B si en diez días no sé nada es coger un vuelo Ereván - Madrid ida y vuelta y que me las acerque mi hija a Barajas.
Me ha resultado muy curioso en Turquía comprobar como en algunas ciudades has sido normal tomar cerveza en las comidas y en otras era imposible encontrarla. Recuerdo que en Edirne se me acerca un camarero muy sigiloso y me pregunta si quiero cerveza. Le digo que si y me la trae dentro de una bolsa de papel. Le pregunto porque y me dice que quien vea la botella puede informar a la policía y crearle problemas. Total, la consumí rápido y a otra cosa. Luego en la misma ciudad en un merendero junto al río me la sirvieron sin mayores problemas. Cualquiera lo entiende.
Lo de la ciudad subterránea de Capadocia ya lo conté en parte. Fue muy impresionante. Aparte de que no sabía cómo iba a reaccionar por allí abajo, algunos lugares eran realmente justos. Recuerdo que en alguna parte del recorrido, además de hacerme varios raspones en la calva que me han durado varios días, tuve que andar a cuatro patas porque agachas ya no cabía. Hubo un tramo que el guía me desaconsejó que hiciera y me lo salté. Recuerdo que había una escalera de unos cuarenta o cincuenta peldaños por la que solo cabía una persona de ancho en cualquier sentido y estaba en curva, por lo que el guía tenía que gritar para que dejaran de bajar, entonces subía el corriendo, paraba a la gente y gritaba para que subiéramos o bajáramos nosotros. Imaginar el agobio en días de afluencia masiva de turistas. Cuando estuve yo no había pocos.
Un día al llegar a destino y recoger las maletas para irme al hotel, de milagro me di cuenta de que una de las que llevaba no era la mía. Se parecían mucho. Desde ese mismo día las he identificado con un trozo de la cuerda verde que llevo por si tengo que tender ropa lavada en algunos de los hospedajes que no tengan ese servicio. Ahí las tenéis, siempre junticas las dos.
Y por último me he venido a cenar a un restaurante en el que me dijeron que los viernes había música folk en vivo. Me apetecía mucho porque aquí la música tradicional es muy coral. Efectivamente se han sentado cuatro chicos entre 30 y 40 años en una de las mesas, como hacíamos en el Nido de Arte al principio. Han ecualizado una guitarra y han puesto dos micros sobre la mesa y están cantando como los ángeles, con unas voces preciosas y bien empastadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario